sábado, 6 de septiembre de 2008



Hoy se asiste a una ampliación del ámbito teórico,
y la intervención y del alcance social de la ética; incluso, ha aparecido un nuevo actor, el eticista.
A la ocupación de la ética con cuestiones nuevas en las cuales están involucradas tomas de decisión
importantes por parte de los seres humanos, se le otorga el nombre de “ética aplicada”. La proliferación
creciente de las éticas de sectores y de las éticas de las profesiones y de los comités de
ética, la asunción de responsabilidades sociales por parte de científicos y tecnólogos y las exigencias
de esclarecimiento y de orientación que reclama la sociedad en su conjunto, hacen pensar en un
giro ético de la sociedad contemporánea. Con esta expresión designo la búsqueda de un proyecto de
convivencia distinto, de otros hábitos (éthos) de pensamiento y de acción; vale decir, la esperanza
de una morada (êthos), construida por el hombre para todos los hombres y para el conjunto de los
seres vivos que pueblan nuestro planeta azul.
En la agenda de temas contemporáneos de la ética se destacan los de la bioética, en sentido estricto,
y los de la ética ambiental. La definición de J. Clotet es representativa de la posición más
consensuada: “el término bioética pretende centrar la reflexión ética en torno del fenómeno vida”.
Si bien se reconoce la pluralidad de áreas de estudio y de aplicación de la bioética (la ética ecológica,
los deberes para con los animales, la ética del desarrollo y la ética de la vida humana, esta última
asociada a la revolución terapéutica y la revolución biológica en el dominio sobre la reproducción,
los caracteres hereditarios y el sistema nervioso), concluye que el significado de bioética vinculado
a la vida humana “es el que ha predominado en la práctica” (1997: 41).
En el sector de la ética ambiental y/o ecológica, se distinguen varias posiciones, que se dan entre
un antropocentrismo fuerte y un bio o fisiocentrismo holístico. Según el primero, sólo las personas
humanas forman la comunidad moral, estando subordinado a ellas el resto de los seres vivos. Los
antropocentristas débiles también se reconocen como moralmente responsables con respecto a todos
los seres vivos y el planeta mismo. Las éticas biocentristas débiles consideran que todos los seres
vivos, en especial los capaces de sensación, merecen consideración moral y establecerían una distinción
entre las personas humanas, verdaderos agentes morales, y los otros seres vivos, meros “pacientes
morales” (J. Riechmann 2000). El biocentrismo fuerte se destaca por la defensa de un holismo
bio o fisiocéntrico.
Tres ideas básicas han presidido las explicaciones de las relaciones del hombre con la tierra (naturaleza
o medio) desde el S. Vº A.C. a fines del S. XVIII y están en el origen de estas discusiones:
1) la de una tierra con designio que, centrada en Dios como artesano, aplicaba a los procesos
naturales la doctrina de las causas finales y dejaba al hombre y la naturaleza en una posición
subordinada (criaturas); 2) la de la influencia del medio en el hombre y en las culturas, centrada en
la fuerza y vigor creativos de la naturaleza; 3) la del hombre como modificador de la naturaleza,
centrada en él mismo y en la autonomía de su acción (Glacken 1996: 652). Para la Modernidad y
sus epígonos, que adhieren mayoritariamente a la tercera idea, la naturaleza queda reducida a
material inerte, axiológicamente neutro, ofrecido a la experimentación e instrumentalización
impuestas por el hombre, el cual, de este modo, impone los fines a la naturaleza. En consecuencia,
la ética vinculada a esta idea afirma la autonomía del hombre, las bondades del progreso técnico y –
posteriormente- tecnológico abandonado a su propio ritmo de crecimiento (en muchos casos, el de
las guerras y los mercados) y carece de normativa para las acciones que se ejercen sobre la
naturaleza.

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